viernes, 10 de septiembre de 2010






A todas horas oía sus agudas voces. También oía sus pies descalzos correr desde que amanecía. Toda la casa era de ellos. Aunque no estuviesen ahí, podía notar que era su territorio. Las libretas destrozadas en una esquina. Los uniformes del día anterior tendidos en el jardín. La olla de arroz gigante, que trabajaba sudando todo el día. Las diminutas literas. Las sandalias de plástico que parecía que un ratón se las hubiese comido de desayuno. Todo absolutamente sabía a niños en esa casa.
Querría estar ahí y tropezarme con sus juguetes de vez en cuando.

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